Viajó por todos los países de la tierra y supo que eran mayores
las semejanzas internas que las diferencias exteriores que presentaban los
pueblos.
Como en su alma anidaba un ave inquieta, deseó partir hacia
países desconocidos. Pero ya no había para él países desconocidos y quedó
triste, porque el hombre desea novedad.
Ante las cosas nuevas, decía él, estamos despiertos; el hábito
aún no nos ciega. Si los niños son hábiles y activos, no lo son por ser ellos
los nuevos, sino por serles nuevas todas las cosas. Si con la sangre les
legáramos la ciencia adquirida, los niños serían serios y desencantados como
los hombres. Viajeros hay que buscan las emociones cambiantes, que permiten
rehacer ese aspecto de la niñez.
Las enfermedades lo recluyeron en su casa y desde allí soltaba
las palomas del recuerdo. Todas las mañanas paseó por el jardín y por el huerto
de su propiedad. Y aquel hombre, que sólo encontraba novedad en las cosas de
los países exóticos, principió por preocuparse de los árboles, de las distintas
malezas, de los insectos que pasan inadvertidos. Aprendió los nombres de todos
ellos y pudo fácilmente distinguirlos. Encontró en esto un placer desconocido y
tuvo la certidumbre de que el amor de los viajeros es ayudado por una suerte de
miopía. Necesitan novedad, y sólo la encuentran en cosas de bulto: en nuevas
costumbres, en ciudades ignoradas, en horizontes que cierran montañas
desconocidas. Supo que el placer de viajar por el mundo, o de viajar por el
jardín de su casa, estaba relacionado con la potencia de la visión.
Con el pétalo de una flor entre los dedos, observaba las
venillas de la sabia que descendían la comba, como arroyos brillantes por la
falda de una colina blanca. Imperceptible pelusa cubría el pétalo, a semejanza
del musgo de la tierra, y un pulgón verde abrevaba en uno de los arroyos, a la
sombra de la colina.
Paisajes nuevos, puros y hermosos, se ofrecieron a los ojos del
viajero, y el ave inquieta que anidaba en su alma se hizo sutil y voló vuelos
prodigiosos dentro del pétalo de una flor, porque es un sueño aquel concepto
que los hombres tienen del espacio.
en
La casa abandonada, 1912
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