martes, septiembre 12, 2017

“Últimos días del arquero feliz”, de Osvaldo Soriano






A un siglo de la invención del penal

El 15 de setiembre de 1891 el Notts County le iba ganando como visitante al Stoke City por uno a cero. Faltaban cuatro minutos para el final cuando el puntero derecho del Stoke eludió a dos adversarios y encaró el arco haciendo una diagonal. Un suave otoño iluminaba las islas británicas mientras el escandaloso Oscar Wilde entraba en la cárcel de Reading. Lejos de allí, en Buenos Aires, el partido opositor al régimen «falaz y descreído» se quebraba en dos y Alem e Irigoyen fundaban la Unión Cívica Radical. Tío y sobrino habían participado de una revolución y planeaban otra, ignorantes del apuro que tenía el delantero del Stoke por acercarse al arco del que ya empezaba a salir el guardián con los brazos levantados y la gorra metida hasta las orejas.

Wilde había publicado El retrato de Dorian Grey y la justicia victoriana no vaciló en enviarlo a la cárcel por ostentosa apología de la homosexualidad. Ese escándalo, como la renuncia del príncipe Bismarck, el «Canciller de hierro» de Prusia, habrán sido evocados por el fogoso Leandro Alem en las tertulias del café Tortoni, donde se comentaban los despachos de Europa. Entre tanto, el wing del Stoke eludía a un tercer defensor y se perfilaba para calcular su tiro mientras el arquero dudaba a mitad de camino y un half del Notts cruzaba, desesperado, para cubrir su valla.

Aquel día de setiembre ocurrían otras cosas inolvidables en el mundo. Había comenzado la construcción del ferrocarril transiberiano, Claude Monet acaba de pintar Las ninfas y Émile Zola gozaba el grandioso éxito de La bestia humana.

Abstraído, el arquero del Notts pensó que no había abandonado su arco en vano: aquellos veinte pasos habían achicado el ángulo de tiro del adversario y lo obligaron a sacar un remate alto que describió una comba y fue a rebotar en el travesaño. Mucho público miraba el partido y los seguidores del Stoke se pusieron de pie al ver que la pelota picaba y quedaba de nuevo para el puntero. El half del Notts llegaba a grandes zancadas y el arquero volvía sobre sus pasos, lo que obligó al delantero a tirar con el pie izquierdo, que no era el que más le obedecía. Pero le pegó bien. La pelota iba ya por el empate y los del Stoke festejaban, olvidados del pequeño half, que empezaba a planear a media altura, con los brazos extendidos, como si se arrojara a una piscina. El half aterrizó sobre la raya y ante un mundo de miradas atónicas alcanzó a manotear la pelota y desviarla del arco.

Algunos festejaron igual porque estaba prohibido jugar el balón con la mano. En Cosas del fútbol el especialista chileno Francisco Mouat cuenta que el árbitro vaciló pero aplicó el reglamento a la letra. Tiro libre. Indiferente a las propuestas y los forcejeos colocó el balón a treinta centímetros de la línea del gol y dejó que los jugadores se ubicaran a su antojo. Naturalmente, todo el equipo del Notts se alineó sobre la raya y por más que sus rivales patearon durante un minuto, la pelota rebotaba una y otra vez en los defensores. El partido terminó uno a cero para el Totts pero hubo tal pelea y escándalo que el Stoke reclamó una indemnización de mil libras esterlinas por habérsele impedido por medios antirreglamentarios convertir su gol cantado.

En los días siguientes todos los especialistas en football discutieron la interpretación de las reglas y, al fin, la Liga Inglesa propuso una solución: debía marcarse un área de protección de 16,50 metros en torno de los arcos y el team que cometiera infracción dentro de ese perímetro sería sancionado con lo que iba a llamarse un penalty. Se trataba de un curioso tiro desde once metros, sin obstrucción alguna y con expresa prohibición al arquero de mover los pies antes del remate.

Había nacido el penal, uno de los mayores dramas del fútbol. Tan compleja y sutil es su sanción y ejecución que Pedro Escartín, el mayor especialista del mundo, le dedica veintiséis páginas de la 37a edición de su Reglamento comentado. Mucho después vinieron la ley de fuera de juego, la distancia para la barrera y otras sofisticaciones ahora en discusión.

Un siglo después el transiberiano casi no existe, la obra de Oscar Wilde ha sido olvidada y la Unión Cívica Radical no es más revolucionaria, pero el tiro penal se repetirá como una ceremonia infinita, cada día, hasta el fin de los tiempos.



en Arqueros, ilusionistas y goleadores, 1998

Publicado inicialmente en Página/12, el 15 de septiembre de 1991









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